martes, 1 de abril de 2014

Sólo 2 meses, Bauza.

Es el tiempo que le insumió a Bauza destruir un equipo de fútbol. Pocas veces en mi vida tuve irrefrenables deseos de sentarme a ver a mi San Lorenzo como en el 2013. Siempre lo seguí, claro, pero a fuer de ser sincero, el lirismo que me habita condenaba casi siempre actuaciones descoloridas, sin arte. Gratamente, el Ciclón pizziano, si bien lejos de emular el Barça de Pep, o el Bayern Munich ídem, generó inesperadamente en mí, la agradable pulsión de no querer perderme un sólo minuto de juego del equipo de mis colores. Imperaba una idea de juego asociado, de dársela a los de la misma remera, de invadir el área rival con varios soldados, de presionar al rival allá arriba. De atacar, de hacer daño, de no especular. Si, ya se, a veces no salía, no se podían imponer nuestras condiciones; los otros también eran 11, y tenían su DT que laburaba. Pero se iba para adelante, vamos, y no a la bartola. En sólo dos meses, esos jugadores devinieron en un saco de voluntades obligadas a prestarle servicios a un sistema amarrete, defensivo, gris, mediocre. El Patón Bauza -que debe ser buen tipo- logró arruinar una idea de juego bella, lírica, atractiva, seductora, y eficaz por cierto. Cinco defensores, tres centre half (como les decía el nono Guido al 5) juntos, amontonados. El centrodelantero, aislado cual Tom Hanks en Náufrago, ni siquiera recibe una pelota Wilson para charlar. Trascendió que los intérpretes comulgaban con la propuesta pasada, y reniegan del paso atrás dado por su nuevo director de orquesta. Se percibe en su semblante. Es evidente en el no funcionamiento del equipo. Gane o pierda San Lorenzo, se nota esa falta de fe. Insisto, no hablo de resultados; incluso ganando se perdió la magia. El Patón lo hizo. Y ahora lo puedo ver, ahora lo entendí: en sólo dos meses, me percaté de cuánto había disfrutado el año pasado. Una lástima.